Qué ojos, que mirada, qué desazón, qué pena no estar cogiendo la mano que mandó el mensaje, qué larga la noche, qué lejos el mar, qué larga la sombra, qué triste una sombra sola, qué arena más desaprovechada, qué final de año, qué recuerdos no vividos, qué ganas.
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Empecemos por lo más complicado, hay que pensar en plano, es difícil, pero no imposible. Una vez asumida esa opción deberá rellenarse de ternura, cariño y tener reservas de caricias y abrazos para al menos unas cuantas horas. Si es aceptado, ante todo mucha calma. Demostrar que eres un edredón único (o funda nórdica) y que estás para la ocasión, que no todos los días ejerces como tal y que esa noche serás un AUTÉNTICO FOCO DE CALOR HUMANO. Llegado el momento actuar en consonancia a la situación. 1) Si hay ganas de jugar, si hace falta se saca un parchís (o similar) y se tira el dado hasta que venza la mañana. 2) Si hay sueño, se procede al cubrimiento completo del cuerpo ajeno dejando la cabeza al descubierto. Hay una tercera opción que por decoro no es conveniente reproducir pero que casi siempre deja al edredón (o funda nórdica) de mero espectador, hasta llegar al punto 2.
Se recomienda que a la mañana se debe actuar como prenda enredadera para que los pies (siempre pares) tengan la reticencia a quedarse un rato más enroscados, y se suele agradecer por los participantes. Siempre se suele saber que ha ejercido correctamente por el característico olor a café que llega por la mañana.
Por último, y no menos importante, todo esto no sirve sin la invitación implícita de ejercer como edredón (o funda nórdica) por lo que no se debe actuar por cuenta propia.
Deja un comentarioNo se da cuenta, señora, pero la miran. De los pies a la cabeza, lleve tacones o breve sombrero, vaya de verano o de primavera. Escribieron un bando pidiendo que sobre todo no la mirasen a los ojos para no quedarse entumecidos durante el resto de la semana, pero usted ya no lee la prensa desde hace meses. Da igual que salga de casa por la mañana o vague de noche embriagada, la miran hasta los semáforos. Si sale a comprar pan, podrían cerrar las harineras. Yo me siento orgulloso, que quiere que le diga. Me encanta. Me encanta saber que yo soy el último a quien mira por las noches.
Deja un comentarioYa se que no me lo ha pedido, pero se lo voy a contar igual. Se que anda por tierras lejanas bañadas por el mar, que ve islas con formas de poemas y escucha sirenas cantar en las cantinas de la costa. Que por la noche recita letanías para favorecer la respiración, y que da consejos a quijotes febriles. Que suerte tiene, señora. Desde aquí sólo logro imaginar cuadros pintados con arena y colgados de vértices imposibles. Añorar días de sol para desear mañanas de niebla, escribir textos que no sean pedidos, y descifrar mensajes borrados. No me haga mucho caso, señora. Yo le echo la culpa al ibuprofeno, usted baile, baile, baile.
Deja un comentarioNo cantaremos villancicos, ni probaremos el turrón. Las uvas serán con sabor a tu sal. Saldremos cuando todos estén tan borrachos que no sean capaces de articular lo que han comido. Bailaremos las calles, saltaremos las aceras, asaltaremos las barras de bares abiertos, beberemos a morro botellas que no podamos ni levantar. Y al salir de madrugada nos sentaremos en algún banco que nos permita ver a quien ande buscando su casa, y nos reiremos de los que caigan al suelo. Nos invitaremos a un café caliente con charrada y si encontramos la cama a la vuelta, montaremos un belén. Ya decidiremos en su momento de qué hacemos cada uno
Deja un comentarioSe ha ido de la calle dónde vivía y no me ha dicho nada, señora. El del bar de su esquina me dijo que la vio marchar de madrugada, cuando él espantaba a los últimos borrachos, que la vio descalza por el asfalto mojado, y con el bolso de los deseos lleno de ropa. Se tenía que haber puesto por lo menos unos calcetines. He puesto fotos suyas por los postes de luz y mi teléfono por si alguien la reconoce, pero se llevan el cartel los ladrones de caras. Hoy he convocado a los basureros para ver si la encontramos. Pasaremos la noche sembrando macetas por las esquinas, yo creo que las reconocerá, y a lo mejor cuando yo vuelva a casa, la encuentro dormida en el sofá que tengo para los regresos.
Deja un comentarioLa llamaré ojos grises, señora, porque no puedo llamarla por su nombre en este barrio. No le mandaré flores para no levantar sospechas entre los jardineros, ni le mandaré bombones por si acaso me ven los envidiosos del muro. A lo mejor le mando una bufanda a juego con sus guantes uno de estos días que tanto viento se levanta por la avenida, sabiendo que su cuello es frágil, como de porcelana pintada a mano. Y me conformaré pensando que sonríe cuando los reciba. Tal vez sea primavera cuando nos volvamos a ver, pero sepa que todas las semanas la invito veladamente a una tarde entre los bastidores de mi pequeño teatro de los sueños, esos en los que usted, señora, aparece y desaparece.
Deja un comentarioHa sido la primera vez que me enamoro de alguien que no tenga una “a” en su nombre. Y así todo ha sido especial. He encontrado sólo doce canciones con tu nombre, diez poemas que terminan con tu última sílaba, y tres postres que hacen mención a tus vocales en su orden. He escrito ya trece poemas que evocan tus ojos y he bautizado con tu nombre el jardincillo que está saliendo de mi casa a mano derecha. He pedido a los hombres de azul que inauguren el invierno saludando desde una duna que recuerde la curva de tu espalda cuando duermes, y van a sacar un dulce que cuando se funde en la boca deja los labios listos para ser besados. Y tus ojos, ay! Tus ojos… he buscado entre doce mil colores pantone y ninguno me evoca la sensación de tenerlos a menos de cinco centímetros y desear cerrarlos. A lo mejor es que que tengo que mirarlos más de cerca. ¿Dónde desayunas mañana?
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