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Categoría: Relato

Banda sonora

Le he puesto banda sonora a nuestros desencuentros. Todos los días al menos una canción, igual que los paseos imaginarios. Si fueran en orden alfabético aún iría por Antonio Vega. Pero me gusta el desorden, así la despisto y no le doy pistas de cuantas sonarán. Y le dejo mandar peticiones, si son en mano, acepto hasta discografías completas, no se imagina que rutas he ideado.

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Me propuse anoche escribirle el relato más cautivador

Me propuse anoche escribirle el relato más cautivador, y ya estaba por la decimotercera palabra cuando empezaron a entrar extraños por la ventana. Los locos de las camisas a rayas horizontales llevaban escaleras que solo sirven para bajar; la dama de los balcones recitaba en una esquina de mi salón la letanía de los pastores en huelga y la sinfónica de las siestas interpretaba el ronquido en mi menor para piano y almohada. Entraron también doce vecinos sonámbulos que solo salen cuando hay penas de amor en la calle. Y entre todos escondieron mis papeles por cajones prohibidos, se llevaron los lápices de colores que compramos en la feria de los tacones bajos y al salir pintaron mi puerta de su color favorito. Y por eso ando escribiendo esto en el muro de su casa, a ver si se da por aludida y viene a ayudarme a terminar el relato que empezaba por “me propuse escribirle anoche”

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Azul

Siempre es el azul, hasta en los semáforos. Daltonismo severo me dice el oculista, ceguera absoluta, los amigos. Horizonte eterno, pienso yo. Y como es fácil de combinar estoy encargando ropa a juego para el otoño de los poetas. Luego dirán que el color de temporada es otro, pero para entonces ya habré pintado hasta las nubes.

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Locuras

Tengo la plantilla mágica de hacer locuras, esa que se debe superponer a otra y formar un nombre para que se cumplan. Yo he pedido un viernes extra para cuando regrese. Un viernes que el resto de humanos no verá porque su algoritmo está oxidado. Si tiene su plantilla probamos, tenemos veinticuatro horas para llamarnos como queramos, hasta que no nos quede ninguna locura qué hacer.

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Hay temporal en Shibuya

Hay temporal en Shibuya, me aconsejan ir mejor a otro lado que no nos conozcan y que no provoque tsunamis su presencia. El interior me aburre, pero podría llevar viejas cassetes de su gemela cantante y hacer sesiones para los dos en un viejo Ford fiesta.  Ya se que tiene obligaciones legales, pero aquí en este planisferio bidimensional de letras solo nos regimos por la ley de la puntualidad, y usted y yo nunca llegamos tarde si nos encontramos

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Y al final el viejo truco de la luna roja funcionó

Y al final el viejo truco de la luna roja funcionó. Mientras todos miraban al cielo, yo tuve tiempo de deleitarme mirándola sin prisas. Fortuna que no miró hacia atrás y me descubrió, no habría tenido agujero donde esconderme. Pasarán muchos años hasta nuevo eclipse, la centésima parte de los que tardaré en olvidarla, la milésima parte de lo que tengo aún que escribirle.

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Me preguntan las baldosas del paseo

Me preguntan las baldosas del paseo, que porqué lleva días sin darles sombra. Les explico que está bailando la danza de las mil tierras en la tierra de las mil danzas, pero no se conforman. Hoy hasta han edificado una barricada con forma de letra mayúscula que ha salido hasta en los medios sociales. Yo creo que las puedo engañar hasta su vuelta, pero los dueños de las terrazas amenazan con atrincherarse y servir solo Mirindas. Si anda por aquí cerca un día de estos, aunque solo sea de paso, me avisa e improvisamos una tregua.

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Microrrelato leído por Yolanda del Bosque (UPS)


Han venido los del transporte pero han dicho que no se pueden llevar lo que aquí queda. No saben cómo llevarse los recuerdos de los abrazos improvisados, ni las melodías que canturreabas mientras te duchabas. No tienen ningún recipiente que quepan las miradas cómplices que nos hacíamos, ni los arrumacos en el sofá los días de invierno y del resto de meses. Dicen que podrían perder por el camino la pasión que aún queda sobre nuestra cama y los reflejos nuestros en los espejos. Y que no se harían responsables si rompiesen todos los buenos días que nos regalamos por las mañanas, ni las buenas noches con beso. Les he pedido que al menos se lleven el roce de tu piel en las sábanas o tu sombra cuando salías desnuda por la casa, pero dicen que está fuera de sus competencias.
Así que creo que me voy a quedar un poco más, hasta ver como organizo todo esto. Si estás ociosa y no tienes nada que hacer, podrías pasar un día de estos a ayudarme. Aunque no se si es mejor trasladar todo esto, o seguir construyendo momentos inabarcables.

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Tendremos marea baja durante las vacaciones

Tendremos marea baja durante las vacaciones. Lo negocié a cambio de mi colección de discos de la nueva trova cubana. Con las olas más lejos tenemos espacio para dibujar canciones en la arena y salpicarlas de espuma de mar hasta convertirlas en dogmas que difundiremos por su red social favorita. Yo, señora, voy a contratar una docena de drones que por las noches proyecten “Cinema Paradiso” sobre las olas, y cuando llegue la escena de los besos los desconectaremos y nos volveremos mar.

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Microrrelato leído por Yolanda del Bosque (La casa)


 

Solo teníamos una ventana en toda la casa que daba al gran ventanal de los vecinos. Y nos pasábamos horas mirando su vida. Nos parecía increíble que desperdiciasen tanta comida cuando nosotros pasábamos con una lata de atún y un panecillo muchas noches; y que hiciesen fiestas a las que acudían siempre los mismos con cara de aburridos. Nosotros bailábamos con la música que se escuchaba desde su casa, al ritmo que ellos querían poner, nunca podíamos elegir, pero tu te sabías (o te inventabas) todos los pasos. Un día dejaron de aparecer los invitados, y luego cada  vez que nos asomábamos había menos muebles y menos cuadros, y ya no eran tan onerosos con las comidas. Pero nosotros seguíamos a nuestro ritmo de vida. Madrugábamos, trabajábamos, nos queríamos y los observábamos.

Hoy he vuelto a ver al señor por la calle, hacía meses que no lo veía, desde la vez esa que estaba llorando en la ventana. Iba con una monja, no lo hubiera conocido por sus ropas, pero el si que me ha conocido. Había muchas noches que se nos quedaban mirando desde su ventanal y se reían. Y hoy me ha preguntado como estaba la casa. Y le he dicho que la suya está ahora ocupada por otras personas, pero que la nuestra sigue igual de feliz, porque nos dedicamos a trabajar, amarnos y a no desear nada más. Haya quien haya al otro lado del patio.

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