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Categoría: Relato

Necesitaré

Necesitaré ver tus ojos brillar de nuevo como cuando, apoyada en la pared, nos dejamos llevar por la pasión. Iluminaste cien selvas tenebrosas con tus suspiros, llenaste lagos en sequía con tus besos. Y yo abandoné el planeta diez veces arrastrado por tus caricias para luego volver a sentirte tan cerca como pude.

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Églogas

A lo mejor ha advertido cierta ausencia de halagos, chascarrillos y cuitas hacia su presencia. No se inquiete, anduve formándome con sabios que aún la ignoraban y costome mucho darles a entender toda su prestancia. Al final convenciles de colectar monedas doradas con las que construirle el dolmen que es de mérito que usted tenga. Ellos me dejaron turbado con su lengua. Urgiría notarla pronto, o me veo escribiendo églogas

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El ciego Bitrán

El ciego Bitrán llevaba más de doce años diciendo mentiras. Engañaba a la gente que no conocía su ceguera. Les decía que podía ver los espíritus que les rondaban y qué intenciones tenían. A una mujer le hizo creer que llevaba atada una cuerda a su vestido con la que arrastraba las ánimas de sus antepasados, y desde ese día la mujer caminó desnuda por el mundo. A los niños les decía que sólo cuando yaciesen con otra persona podrían curar sus pecados y alguno se lo creyó tanto que acudió esa misma noche al lupanar del pueblo.
El ciego Bitrán había quedado ciego a la temprana edad de 12 años cuando un primo suyo le tiró cal a los ojos porque decía que así vería a través de las paredes. A su primo lo desterraron sus padres al cuartel de la capital y nunca más se supo de él. Ahora Bitrán se ponía en la puerta del mercadillo, con sus gafas oscuras y aparentaba ver, haciendo juegos con las cartas. Cuando alguien le preguntaba a qué jugaba decía que al juego de los espíritus y así los convencía de que tenía poderes.
Cuando un día lo encontraron muerto en la calle, nadie supo de qué había fallecido. Había recuperado la vista unos instantes, los justos para ver llegar a su primo que volvía para pedirle perdón. El imaginó que llegaba para rematarlo y murió del susto.

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Ducado

Me ofrecen un ducado en la Plaza Mayor de su barrio. No cobraré diezmos ni nada parecido, pero la veré pasar todos los días. Contrataré súbditos que le silben como jilgueros al amanecer y que le lleven la bolsa de la compra dos días por semana. Compraré algún sillón de Ikea que le sirva para descansar, y una maceta por si se quiere entretener regando. Dudo sobre el color: ¿a juego con el color de sus ojos despierta o dormida?

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Alertas

Ayer empecé a programar sus versos del próximo otoño. Me salen días alternos con tormentas de endecasílabos y tres sonetos con precipitaciones por fin de semana. Los lunes serán benévolos, pero a medida que se acerque el jueves habrá brisas que se convertirán en huracanes grado 3. No se preocupe porque ya avisé al servicio de Metereología poética, y solo se pondrán en alerta en caso de avalancha, y le aseguro que las únicas que tengo previstas serán en privado.

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A la vuelta

Verá al volver a casa que le limpié las cuerdas del tendedor, acumulaban pinzas de las que le cuelgo versos fluorescentes para que solo se vean de noche. Terminé también de colocar el espejo del recibidor, le puedo asegurar que nadie se ha reflejado aún en él porque llevaba mi traje de invisibilidad, a lo mejor no funciona cuando la vea por la ley de la belleza reflejada 2.0. El buzón lo tiene listo, se le ordenarán las cartas por factor de imprudencia, aunque ahora somos pocos los que escribimos en papel y, en mi caso, con mala letra. Le dejaré las llaves en la fuente seca de la plaza, las vigilará el sereno ciego, me pidió pagarle con cintas de colores. Y como no sé cuándo regresa dejaré este texto inconcluso, ya lo titularé con su nombre cuando la vea sonreír.

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Rodeada de agua

Qué suerte la suya, señora, rodeada de agua. Las prisas solo me han permitido convocar un atardecer con la Patética de Beethoven al piano, una mañana de perseguir huellas en la arena y tres vermús con aceitunas. Desde la distancia, y con las palabras como única arma, no puedo empoderar ni a los cangrejos de la playa para que le monten una fiesta sorpresa, pero me consta que al menos la luna hará vigilia desde el mediodía para que tenga sombra donde cobijarse.

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Nos debemos otra tarde de lluvia

Nos debemos otra tarde de lluvia, una partida a ver quien sonríe antes, un cine a deshoras, una noche de secretos, una canción no compuesta, una risa infinita, un paseo de contar baldosas, una historia de instagram a medias, un curso de ahuecar almohadas y ciento setenta y siete cervezas para acompañar. Si es necesario usaré la vieja máquina del tiempo que compré por fascículos, así tenemos más fechas

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Se ha ido de la calle dónde vivía

Se ha ido de la calle dónde vivía y no me ha dicho nada, señora. El del bar de su esquina me dijo que la vio marchar de madrugada, cuando él espantaba a los últimos borrachos, que la vio descalza por el asfalto mojado, y con el bolso de los deseos lleno de ropa.  Se tenía que haber puesto por lo menos unos calcetines. He puesto fotos suyas por los postes de luz y mi teléfono por si alguien la reconoce, pero se llevan el cartel los ladrones de caras. Hoy he convocado a los basureros para ver si la encontramos. Pasaremos la noche sembrando macetas por las esquinas, yo creo que las reconocerá, y a lo mejor cuando yo vuelva a casa, la encuentro dormida en el sofá que tengo para los regresos.

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So what

Luego llega ella, o su recuerdo, y me desarma. Cómo cuando escuché por primera vez “So What”. La diferencia es que Miles es eterno, ella mi musa. Pero no apuesten a quién es más necesario.

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