Verá al volver a casa que le limpié las cuerdas del tendedor, acumulaban pinzas de las que le cuelgo versos fluorescentes para que solo se vean de noche. Terminé también de colocar el espejo del recibidor, le puedo asegurar que nadie se ha reflejado aún en él porque llevaba mi traje de invisibilidad, a lo mejor no funciona cuando la vea por la ley de la belleza reflejada 2.0. El buzón lo tiene listo, se le ordenarán las cartas por factor de imprudencia, aunque ahora somos pocos los que escribimos en papel y, en mi caso, con mala letra. Le dejaré las llaves en la fuente seca de la plaza, las vigilará el sereno ciego, me pidió pagarle con cintas de colores. Y como no sé cuándo regresa dejaré este texto inconcluso, ya lo titularé con su nombre cuando la vea sonreír.