¿Por qué lo llaman museo si nunca la encuentro dentro? Aunque me gusta la sorpresa cuando se presenta etéreamente y me dicta, prefiero un lugar de encuentro, una conversación banal para mirarla y un recuerdo para reconstruirlo mil veces.
Siga siendo mi musa como usted prefiera, señora. A estas alturas no puedo ponerle condiciones. Y los museos… ellos se lo pierden.
Categoría: #1minuto
Qué suerte la suya, señora, rodeada de agua. Las prisas solo me han permitido convocar un atardecer con la Patética de Beethoven al piano, una mañana de perseguir huellas en la arena y tres vermús con aceitunas. Desde la distancia, y con las palabras como única arma, no puedo empoderar ni a los cangrejos de la playa para que le monten una fiesta sorpresa, pero me consta que al menos la luna hará vigilia desde el mediodía para que tenga sombra donde cobijarse.
Deja un comentarioNos debemos otra tarde de lluvia, una partida a ver quien sonríe antes, un cine a deshoras, una noche de secretos, una canción no compuesta, una risa infinita, un paseo de contar baldosas, una historia de instagram a medias, un curso de ahuecar almohadas y ciento setenta y siete cervezas para acompañar. Si es necesario usaré la vieja máquina del tiempo que compré por fascículos, así tenemos más fechas
Deja un comentarioSe ha ido de la calle dónde vivía y no me ha dicho nada, señora. El del bar de su esquina me dijo que la vio marchar de madrugada, cuando él espantaba a los últimos borrachos, que la vio descalza por el asfalto mojado, y con el bolso de los deseos lleno de ropa. Se tenía que haber puesto por lo menos unos calcetines. He puesto fotos suyas por los postes de luz y mi teléfono por si alguien la reconoce, pero se llevan el cartel los ladrones de caras. Hoy he convocado a los basureros para ver si la encontramos. Pasaremos la noche sembrando macetas por las esquinas, yo creo que las reconocerá, y a lo mejor cuando yo vuelva a casa, la encuentro dormida en el sofá que tengo para los regresos.
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Han venido los del transporte pero han dicho que no se pueden llevar lo que aquí queda. No saben cómo llevarse los recuerdos de los abrazos improvisados, ni las melodías que canturreabas mientras te duchabas. No tienen ningún recipiente que quepan las miradas cómplices que nos hacíamos, ni los arrumacos en el sofá los días de invierno y del resto de meses. Dicen que podrían perder por el camino la pasión que aún queda sobre nuestra cama y los reflejos nuestros en los espejos. Y que no se harían responsables si rompiesen todos los buenos días que nos regalamos por las mañanas, ni las buenas noches con beso. Les he pedido que al menos se lleven el roce de tu piel en las sábanas o tu sombra cuando salías desnuda por la casa, pero dicen que está fuera de sus competencias.
Así que creo que me voy a quedar un poco más, hasta ver como organizo todo esto. Si estás ociosa y no tienes nada que hacer, podrías pasar un día de estos a ayudarme. Aunque no se si es mejor trasladar todo esto, o seguir construyendo momentos inabarcables.
Solo teníamos una ventana en toda la casa que daba al gran ventanal de los vecinos. Y nos pasábamos horas mirando su vida. Nos parecía increíble que desperdiciasen tanta comida cuando nosotros pasábamos con una lata de atún y un panecillo muchas noches; y que hiciesen fiestas a las que acudían siempre los mismos con cara de aburridos. Nosotros bailábamos con la música que se escuchaba desde su casa, al ritmo que ellos querían poner, nunca podíamos elegir, pero tu te sabías (o te inventabas) todos los pasos. Un día dejaron de aparecer los invitados, y luego cada vez que nos asomábamos había menos muebles y menos cuadros, y ya no eran tan onerosos con las comidas. Pero nosotros seguíamos a nuestro ritmo de vida. Madrugábamos, trabajábamos, nos queríamos y los observábamos.
Hoy he vuelto a ver al señor por la calle, hacía meses que no lo veía, desde la vez esa que estaba llorando en la ventana. Iba con una monja, no lo hubiera conocido por sus ropas, pero el si que me ha conocido. Había muchas noches que se nos quedaban mirando desde su ventanal y se reían. Y hoy me ha preguntado como estaba la casa. Y le he dicho que la suya está ahora ocupada por otras personas, pero que la nuestra sigue igual de feliz, porque nos dedicamos a trabajar, amarnos y a no desear nada más. Haya quien haya al otro lado del patio.
Deja un comentarioDía: 13-7-2018
Hora: 19 horas
Lugar: Linacero café
Presentación a cargo de José Luis Galar