Qué suerte la suya, señora, rodeada de agua. Las prisas solo me han permitido convocar un atardecer con la Patética de Beethoven al piano, una mañana de perseguir huellas en la arena y tres vermús con aceitunas. Desde la distancia, y con las palabras como única arma, no puedo empoderar ni a los cangrejos de la playa para que le monten una fiesta sorpresa, pero me consta que al menos la luna hará vigilia desde el mediodía para que tenga sombra donde cobijarse.
Rodeada de agua
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