Se apoyó en mi brazo, recostó la cabeza sobre mi pecho y solo escuché un par de suspiros antes de notar que había caído rendida. Las flores eran una sombra oscura recortada por la luz que tenuemente entraba por la ventana. Nuestro trigésimo aniversario la había agotado. Tarta, fiesta, hijos y nietos, como ella quería. Aunque mañana no lo recordaría, como los últimos tres años.
Comentarios