Hola madre:
Como te prometí, lo primero que hago es escribirte. El viaje fue muy ameno, encontré a dos señoras que hacían el mismo recorrido que yo, estuvimos jugando a una especie de poker e hicieron que se me pasasen las horas volando. El hotel es un encanto, tengo unas bonitas vistas a una pradera y al fondo se adivina el mar. Es casi increible que ayer estuviese viendo el cielo gris de nuestra ciudad, y hoy tenga tanta luz y claridad.
Siempre me ha gustado venir aquí. ¿Recuerdas cuando yo tenía apenas 10 años y quería salir de noche para llegar aquí al amanecer?. Me encantaba dormirme sabiendo que me despertaría viendo el sol y el mar.
Hoy, cuando me traían desde la estación al hotel, he recordado los largos paseos con padre por la playa. Saldré mañana temprano a esparcir sus cenizas por la arena, y miraré como las olas se las llevan, y luego emprenderé un nuevo viaje. Pero no hacia la ciudad, madre. Me agobia esa falta de luz. No me atreví a decírtelo ayer cuando me despedí porque temía que me convencieses para quedarme otra vez contigo. Ya sabes que soy un poco cobarde para estas cosas.
Necesito seguir viajando, descubrir nuevos lugares. Ver donde vuelven a romper las olas que se marchan de aquí, como si se tratase de las huellas de padre.
Probablemente dentro de un tiempo acabe aquí, en este sitio del que no debimos salir. Aquí están nuestras raíces, también estará el espíritu de padre, y estaré yo. Y podríamos arreglar la casita de la playa, nos basta con poco espacio para las dos.
Me gustaría que vinieses, madre. Me gustaría volver a verte al atardecer en la playa.
Piénsalo madre, y si vienes, deja la ventana de la terraza abierta con las cortinas azules. Igual que hacías cuando era pequeña para avisarme de que ya estabas en casa.
Porque volveré.
Tu hija que te quiere
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